sábado, 19 de septiembre de 2020

Los ojos del diablo (Cantabria)





Después de dejar el coche en el segundo aparcamiento a 800 m del primer aparcamiento y donde comienza la ruta, nos adentramos por una senda bien delimitada, perpendicular a la carretera, entre helechos, encinas y carrascas que ya desde el principio comienza a subir. En unos cuantos minutos y por una senda con buena pendiente y entre sombra, alcanzamos el primer collado. Como estamos en pleno verano, nos encontramos en el camino con endrinas que ya han adoptado ese color oscuro necesario para mezclar con aguardiente y anís para obtener el pacharán.



Tras descender el collado vemos una gran hoya, la hoya de Tueros, que bordeamos. Con el  tiempo vamos alcanzado una buena altitud, lo cual confirma que la ruta a los Ojos del Diablo presenta una dificultad relativa a pesar de cierto desnivel por algunos tramos. Y desde lo alto, miramos a nuestro alrededor y el paisaje ya es precioso:  montes  cubiertos de pinos verde oscuro, que contrastan con el verde luminoso de los prados que suben y bajan. Una estampa típica de Cantabria





Proseguimos por el camino pedregoso de bosque bajo de encinas, llegamos a un segundo collado y un poco más adelante a una segunda hoya, la hoya de Falluengo, donde conviven hayas y encinas. Continuamos por la derecha de la hoya y de frente comienzan a aparecer las formaciones calcáreas típicas de la zona, Con unas preciosas vistas, hasta podemos ver pueblitos a lo lejos, muy pequeños, y las montañas al fondo. Unos buitres nos vigilan desde lo alto.




 Nos acercamos a los ojos y de repente el asombro sucede al entusiasmo, lo que vemos a través de los huecos es espectacular, avistamos la ballena. En primer plano, la salvaje playa de Sonabia , una de las más bellas de la zona, apartada y de acceso más o menos complicado puesto que hay que bajar por un sendero escarpado. Se divisa el camino de tierra hasta el que llegan los coches. Es famosa porque en ella se rodó La playa de los Galgos” de Carlos Saura. Podemos ver las dunas conviviendo con los prados y la ancha franja de arena, una auténtica delicia. Seguimos la costa con la mirada, y después de la ballena vemos  el pueblo de Sonabia con sus tejados rojos, al fondo, separado por el mar, el pueblo de Islares, con la minúscula playa de Arenillas.







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